martes, 22 de diciembre de 2009
Cada tarde
Todas las tardes al caer el sol, paseaba una ancianita acompañada de su soledad, su cara era dulce, en su camino se encontraba con un viejo acordeonista entonando canciones de amor.
Los recuerdos se entremezclaban y empezaba a danzar cual bailarinas en una cajita de música, siempre la misma melodía, siempre la misma canción
Junto a la ventana, se podía distinguir dos jóvenes estudiando, de vez en cuando paraban para prestar atención a lo que ocurría en la calle. Se asomaban los dos, se miraban y continuaban con su labor, estudiar.
La rutina continuaba en la esquina, la gente deambulaba sin prestar atención a lo que sucedía en su ciudad, eran muchas las preocupaciones que cada uno llevaba consigo.
Este gran acordeonista, no amaba ni se inspira en realidad, tan solo era un poeta, un amigo de las letras. Con esto pretendía burlarse de ellas, de las palabras que un día tanto daño le causaron.
Se burlaba de cada alma, porque el destino le jugó una mala pasada, solo le quedaba esperar a la mujer que un día le rompió su corazón.
Pasaba el tiempo sin piedad, por aquella calle seguía paseando todos los días una ancianita con su cara dulce y su mirada perdida.
Pero hay algo que faltaba, ya no es igual que años atrás, ya no está el viejo acordeonista, una tarde se puso enfermo y no le dio tiempo de llegar al hospital, cuando estaba agonizando, solo pronunciaba un nombre.
—María, María, María tiene miedo a la soledad, quién le hará compañía si yo me marcho.
Ese mismo día falleció.
Todas las tardes al caer el sol, paseaba una ancianita acompañada de su soledad, en su cara se puede distinguir una gran pena, en su camino ya no se encontraba con un viejo acordeonista entonando canciones de amor.
La anciana, hacía el mismo recorrido todo el día
Cada día se acercaba a la ventana, con la esperanza de encontrarse al viejo acordeonista, pero sabía en el fondo que no pasaría.
Son muchos años de amor en silencio, son muchos años compartiendo esos cinco minutos en compañía de la persona que ella más quería.
Cuando la anciana llegaba a su casa, dormía y lloraba de tristeza, porque no era capaz de amar de verdad.
Pero una tarde, sin que se diera cuenta, la anciana se quedó dormida y el viejo acordeonista apareció despertándola con un beso.
—Buenos días maría, vengo a que pasemos toda la eternidad juntos, si así tú lo deseas.
El rostro de la anciana se iluminó de tal manera, que su rostro empezó a cambiar y transformar en una bellísima joven, al anciano le pasó lo mismo.
Le cogió de la mano y lentamente desaparecieron cogidos de la mano.
Solo se dieron cuenta unos pocos de la ausencia de la anciana. Aquella pareja que estudiaba y que todos los días se asomaban para contemplar la calle y ver pasear a la gente. Pero ese día, los jóvenes al cerrar la ventana comprendieron que algo había pasado, no sabían exactamente qué.
El acordeonista y su amor prohibido, se unieron por fin para el resto de los siglos, se burlaron de los que los quisieron desunir.
Ahora tranquilamente, en su universo, seguirá obsequiándola con las románticas canciones para aliviar un poco su alma.
Lo malo se olvida, el corazón no engaña
Viendo a su chica con su repertorio y su acordeón.
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1 comentario:
Hola Pilar, soy caperu de myblog, te encontré, ahora te enlazo.
Bonita, triste y esperanzadora historia de amor
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